sábado, 27 de agosto de 2011

Guanica, Gisela y Coquillin

Ya se iba el verano con pocos regalos para el alma, cuando se cuajó el encuentro. Llegaron mis amigas con el  amor de siempre; con la sabiduría acumulada en sus andanzas. ¡Que banquete de alegrías y  silencios! Bastaron  horas para recuperar nuevos bríos y acariciar  esperanzas. !Existen puentes, siempre dispuestos a ser cruzados!

Siempre

Mi padre es un hombre admirable. Estuvo en dos guerras y ha librado mil batallas, siendo quizás la más encomiable, la de haber vivido entre cuatro mujeres; mi madre, mis dos hermanas y yo.
Hombre cabal y de avanzada, mi padre aprendió mucho de esa convivencia;  logró internalizar, lo que a muchos hombres les falta: sabiduría y sensibilidad femenina.

Mi padre es mi maestro y mi alumno. Nunca conocí a nadie que hiciera mas preguntas y tuviera tantas respuestas.

Soy muy afortunada, tengo un padre que ha recorrido el tiempo y los dolores, entre carcajadas;con un "siempre" en la boca.

jueves, 25 de agosto de 2011

Recuerdos de mi Hermana


LOURDES
Por: Carmen Haddys Torres
“La vida es breve y eterna, por eso llegamos sin memoria. Podemos reconstruir pueblos, enmendar errores. Podemos ir y venir mirando los ojos por donde se nos escapa el alma.”
Lourdes Torres Camacho
Quien conoció a Lourdes  no pudo haberse quedado indiferente.  Era de esas personas  que te obligan a detenerte en ellas. Su cara era como un lienzo medieval de perfecta belleza. Su nariz, la preferida por los cirujanos plásticos como modelo. Sus ojos tan negros se adentraban en el misterio que siempre la envolvió, y su sonrisa amplia, custodiada por unos labios muy pequeños, nos aproximaba a todo lo que guardaba en  su interior. Creo que Lourdes siempre le temió a su belleza y fue por eso que se envolvió en libras que la defendían del mundo, libras que perdió cuando entendió por fin que su belleza le pertenecía.
Si fuera  a describir a mi hermana, necesitaría una vida. Ella era muchas cosas. Estudiosa incansable,  defensora de las causas justas, humanista consumada, hija sacrificada, hermana presente, amiga incondicional, viajera curiosa, amante fiel, verdugo implacable de los mediocres, espíritu libre, mujer llena de convicciones, feminista, vigilante del ambiente, protectora de los animales, educadora  comprometida, elegante anfitriona y queridísima tía.
Lourdes era una caja de sorpresas, y aun hoy, a casi un año de su muerte, no consigo precisarla. Sí puedo decirles que, de sus atributos, uno pespuntaba como herencia de mi madre: su testarudez.  Cuando daba algo por cierto, se necesitaba de Dios y su ayuda para hacerla cambiar de opinión. Defendía sus posturas con uñas y dientes, aunque fueron muchas las veces cuando tuvimos que darle la razón, pues su instinto casi nunca le fallaba.
De mi padre heredó el amor a los libros y  las  carcajadas burlonas. Gozaba oyéndolo hacer cuentos de camino y narrar experiencias de su infancia en Corral Viejo. Lourdes conocía todas esas historias y los nombres de nuestros antepasados, los legados genéticos y espirituales.
No sé si saben que éramos tres.  Yo soy la mayor, Lourdes era la del medio y Merevic, la menor.  De todas las cosas que podría contarles, escogeré  la que más le gustaba a Lourdes. Nos denominábamos Volare, Dipinti y Diblu. Esto por una canción italiana que escuchábamos de niñas, cuya pegajosa melodía nos atrapó. Nos íbamos a la cama de la abuela y al oír el “nombre” de cada una de nosotras, caíamos de espalda. Así, nos caíamos tantas veces como durara la canción. Hoy nos falta Dipinti.
Lourdes, no quiso despedirse.  Sabía desde siempre, que no hay nada más terrible que la separación.  Comenzó a  despegarse en febrero, poco después de su cumpleaños y muy cerca del mío.
Como cada año, me entregó una tarjeta, recordándome tres cosas: la alegría que implicaba mi nacimiento, lo importante  de pensar en los más  necesitados y la celebración de la vida.
Lourdes no solo fue mi hermana, fue una amiga entrañable y mí más severa crítica.  
Mi hermana se lo tomaba todo en serio o se burlaba por completo de la realidad. No conocía términos medios. Amaba o detestaba con la misma intensidad. Para el amigo guardaba la mejor de sus sonrisas y el más certero de los comentarios. Para el desleal, el ceño más fruncido y la más terrible de las acusaciones.
Lourdes no sabía mentir. De una verticalidad inigualable, su voz podía ser la más tierna o la más amarga. Por eso era poetisa; por eso, escritora de convicción y propósito. Cuando ya no le bastaban las miradas, acudía al papel, donde vaciaba el alma. Leer a Lourdes es comprender como vivió y estudió la vida.
El amor encontró en Lourdes un nido. Ella no escatimaba en nada. Lourdes era una regalada y nos recordaba una y otra vez lo especial que éramos sus amigos para ella. Se desdoblaba en atenciones, se derramaba en regalos, te llevaba en sus oraciones. Podía ver a cada cual en los objetos, en las lecturas, en los caracoles que encontraba en cada viaje o paseo. Atesoraba a su familia, a sus amigos, a sus causas.
Adjuntas  vio crecer a Lourdes y la supo suya.  Ese amor fue compartido luego con las montañas de Utuado y el paisaje seco de Guánica. Ella solía hablarme de tarde en tarde, para describirme sus trayectos mañaneros hasta el trabajo. Con voz alegre me describía cómo el sol se colaba entre el follaje, y  cómo las montañas siempre le sonreían.  El amor por la naturaleza  llenó todos los espacios de su vida. Cada  ente vivo  fue para ella sagrado.  

Sus escritos, sin embargo, acudían a los individuos, a la gente que veía y llevaba dentro. De algo estoy segura, para bien o para mal, ella dejó y se llevó un suspiro de cada persona que tocó al pasar.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Hermana

Mi hermana hizo el cambio. Me hace falta cuando lloro; por eso sonreí ,cuando el último domingo que salió el sol, llegó un pajarito a picotear en mi ventana.